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¡Si no ves un camino, dibújalo!

 *Lucie Elgoyhen

           El martes 17 de abril de 2012 a la tarde y nochecita, se llevó a cabo un día memorable de la movilización a favor de la adopción de la Ley de Apoyo a la Cultura Comunitaria, Autogestiva e Independiente. Nucleadas en el colectivo Pueblo hace Cultura, decenas de organizaciones comunitarias del país tales como la Red nacional de teatro comunitario, radios comunitarias, murgas, artistas plásticos, músicos independientes, centros culturales, con el apoyo de sus compañeros de otros países de América Latina, organizaron una Caravana Cultural hacia el Congreso de la Nación. Poco después, una delegación del colectivo marchó adentro del Congreso donde entregó el proyecto de Ley a legisladores de la Comisión de Cultura de la Cámara de diputados. La delegación volvió optimista a compartir el evento con las centenas de personas reunidas alrededor del escenario central atrás del cual colgaba la bandera colorada del colectivo. Después de haber copado la Plaza de los Dos Congresos con diversas intervenciones artísticas, los niños, jóvenes y adultos que quedaban se fueron caminando por Corrientes al ritmo de los cantos, de los tambores y de los bailes para finalmente dejar estallar su alegría al pie del Obelisco.

El proyecto de Ley “Puntos de Cultura”

El proyecto final es el resultado de un intenso y largo trabajo colectivo que fue desarrollado por las organizaciones participantes entre 2009 y 2012. La inspiración vino del vecino país brasileño quién en 2004 adoptó el programa “Cultura Viva” fomentando así a centenares de “puntos de cultura” en todo el territorio brasileño con un éxito notable. El programa fue retomado por la Red latinoamericana de arte para la transformación social, la Articulación latinoamericana Cultura y Política y la Red latinoamericana de Teatro en comunidad quienes elaboraron un proyecto que fue aprobado por el Parlamento del Mercosur en 2009. Desde entonces, los diversos colectivos nacionales luchan por su internalización en cada país.

El proyecto pide la creación de un Fondo Nacional de Apoyo a la Cultura Comunitaria, Independiente y Autogestiva compuesto por el 0,1% del Presupuesto nacional anual. Este Fondo estará destinado al fortalecimiento de las experiencias comunitarias existentes en el territorio nacional y a crear escenarios institucionales favoreciendo el surgimiento de nuevas experiencias. La acción contemplará todas las áreas de las actividades: equipamiento, capacitación artística, capacitación en gestión, administración y técnica. Apuntará también a generar conocimiento sobre el impacto positivo de estas experiencias y a fomentar su intercambio y su articulación en diversas instancias de encuentro y de trabajo. Los futuros “puntos de cultura” abarcarán iniciativas provenientes de todos horizontes, rural, suburbano o urbano, trabajando en la comunicación, la educación, el arte y la cultura, con gente de todas las edades, profesiones e identidad cultural. Para su implementación, se conformará un Consejo Nacional de Apoyo a la Cultura Comunitaria que dialogará con la Secretaría de Cultura de la Nación. El modelo de gestión asociada federal será replicado en los niveles provinciales, regionales y municipales para lograr la mayor participación y transparencia posible.   


El camino de la desmesura

Después del martes 17 de abril del 2012, queda más claro aún que la locura y la desmesura hacen avanzar. Desde hace décadas, las organizaciones culturales comunitarias vienen trabajando como hormigas, construyendo día a día, pacientemente, su sueño de integración y de alegría compartida. Siguiendo su lema de que la unión hace la fuerza, esas organizaciones, antaño aisladas, se han ido juntando para trabajar de manera articulada. Hoy en día, son miles de experiencias diseminadas por toda América Latina que están interconectadas y entrelazadas en redes y colectivos. En el transcurso de la acción, de la praxis cotidiana de reinvención de los modos de vinculación con el otro y con el entorno, se fue esbozando otro proyecto, otro camino. Discretamente construido desde los márgenes, desde las profundidades de lo social, este proyectó siguió su camino y, el martes, con toda su desmesura y locura tan sana, se fue a pisar uno de los centros de los poderes instituidos. Con los siete miembros de la delegación, alentados desde afuera en la plaza, eran miles de voces y de cuerpos activos que entraban a presentarse.  

Cuando se llenó de alegría la explanada al pie del Obelisco, tal vez se condensó como pocas veces el mensaje de estas organizaciones. Ahí, en el centro del centro, en el corazón palpitante de la ciudad, el foco de todas las miradas, se visualizaban alternativas claras. Levantando la cabeza y torciéndose el cuello para alcanzar las cimas inalcanzables del Obelisco, uno no podía dejar de pensar en el título de la obra de los grupos de teatro comunitario de Rivadavia, “La historia se entreteje desde abajo y se cambia desde la comunidad”. Lo que uno quería mirar, era lo que pasaba en el pie del monumento de los grandes para los grandes, del pasado fijado en lo patrimonial, porque es ahí abajo que sí, de hecho, se hace la historia. Al pie de la verticalidad lisa, inmaculada y excluyente, uno prefería sumarse al círculo de esta masa humana heterogénea riéndose de lo solemne y lo inmóvil. Mirándolos llegar con carros y banderas al lado de los autos apurados en pleno Corrientes para venir a ocupar ese lugar central, uno no dejaba de pensar también en los tantos invisibles, fantasmas y otros olvidados que a los grupos de teatro comunitario les gusta invitar a la escena teatral.

Inventar y promover otra concepción de la cultura, más bien otra vivencia de la cultura, una cultura “viva” como expresa el colectivo, una cultura que nutre, incluye, construye, desde esta otra visión de la cultura, reclamar otro modelo de desarrollo, participativo, equitativo y sostenible, será una locura? En el medio de las pantallas gigantescas de publicidades, de los carteles de McDonald, de los bancos y otros signos del mercado capitalista internacional, de los grandes edificios modernos, promover en vez de la acumulación, la circulación, en vez de la consumición, la creación de lo material y de lo simbólico en un intercambio humano ampliado que tenga sentido y futuro para todos, proponer eso en el cruce de 9 de Julio y  Corrientes, era abrir otros caminos.

Ya se fueron del centro los vecinos. Volvieron a sus barrios, a sus territorios, a sus comunidades para seguir construyendo desde el lugar al cual pertenecen. Pero su locura sigue. Su desmesura no tiene por qué dejar huellas materiales por dónde pasan. Hoy, ya no están más los colores y las risas de las murgas en el Obelisco, pero lo importante es que pasaron, y que volverán a pasar, o en otro lugar, según por dónde los lleve el camino que siguen dibujando. En este camino, se escuchan las palabras de la canción final del Loquero de Doña Cordelia que cantaron en ese día 17 en la Plaza de los Dos Congresos los integrantes del Circuito Cultural Barracas

“ABRIRNOS LA PUERTA

Sabrán disculpar…
Fue cosa de locos citarlos acá….
Para que compartan esta broma vecinal.
No fue más que eso…
Una broma vecinal.
Esta bien por un rato…
Hacernos los locos           
Jugar como locos…
Trastocando cosas..
Soñar como locos…
Que algo se pueda cambiar.
Si nos queda incómoda
La hechura del mundo
Porque no empezar.
Desde la cordura loca…
De vecinos locos
Que se juntan a imaginar…
Que cuestionan cosas de puro locos…
Y sueltos de cuerpo…
Disparatan la historia…
Y deciden lo fundado… Refundar.
¿Será que la cordura está prisionera…
Y solo la locura permite escapar?
¡Y soñar que al fin no sea de locos….
abrirnos la puerta para ir a jugar ! 

 Algunas imágenes de la movilización de alegría y lucha desmesurada, del 17 de abril de 2.012...








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El tiempo entre paréntesis
Reflexiones sobre el IX Encuentro Nacional de Teatro Comunitario



*Por Gastón Falzari.
Durante los días 8, 9 y 10 de octubre se llevó a cabo el IX Encuentro Nacional de Teatro comunitario, en el partido bonaerense de Rivadavia, que nucleó a más de 25 grupos que integran la Red Nacional de teatro comunitario. Si alguien pregunta qué significaron esas tres jornadas, una definición cercana a la realidad podría ser “la puesta entre paréntesis del paso del tiempo”.

El mapa y el territorio. San Mauricio como escenario.
            En su última novela, El mapa y el territorio, Michel Houllebecq reflexiona sobre el hecho de que en el mundo actual, es el interés del capital el que marca el mapa sobre el territorio en el que se desarrolla la vida humana. En este mapa, el capital configura y reconfigura lugares de interés o importancia y las relaciones que se generan entre las personas y esos territorios, siempre en función de las necesidades creadas por el mismo capital.
            Argentina no escapa a ese entramado, y su historia ha sido la del desarrollo del capitalismo y su inclusión-exclusión en el sistema en tanto país periférico. En las postrimerías del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el país supo ser el granero del mundo. En aquel nuevo orden, el tren fue el motor que impulsó el crecimiento y desarrollo a través de una red ferroviaria que terminaba en el puerto de Buenos Aires, en donde quedaba la producción que se generaba en el interior del país, hasta que partía a la vieja Europa. En este sistema, los pueblos de la pampa húmeda crecieron al calor de un sistema que parecía destinado a perdurar por siempre. El partido de Rivadavia no fue ajeno a este destino.
            Una vez que esta estructura de producción fue perdiendo fuerza hasta agotarse, la reinvención capitalista trazó nuevos mapas. Lo que otrora fueran ciudades pujantes, que impulsaban el crecimiento del país, empezaron a convertirse, cada vez en mayor proporción, en pueblos  fantasmas.
En el caso que nos convoca, dos ejemplos grafican el punto de vista de Houllebecq. El primero, la estación de trenes de América, cabeza del partido, reconvertida en museo y, en ese movimiento, en signo de la reconfiguración que produjo el capitalismo en la zona[1], aunque con la esperanza de siempre presente de que algún día vuelva a pasar el tren, tal como lo cuenta emocionado el guía turístico –segundo signo de los tiempos que corren- que acompaña en un tour por el pueblo.
            El otro ejemplo es San Mauricio, uno de los cinco pueblos que componen el partido –junto a Roosevelt, Gonzalez Moreno, América y Fortín Olavarría-, en donde viven tan sólo quince personas y tiene la fisonomía de un pueblo abandonado, con casas derruidas y en donde se conserva la plaza y alguna construcción más.
San Mauricio disputó en algún momento de la historia, la posibilidad de erigirse como cabecera del partido, por su situación geográfica equidistante al resto de los pueblos, pero América le quitó el honor, merced a la ventaja que representaba tener la estación de tren. Hoy, casi cien años después, aparenta no ser más que el recuerdo de lo que alguna vez fue.
            En el cierre de las jornadas del IX Encuentro Nacional de Teatro Comunitario, una nueva reconfiguración se llevó a cabo, pero esta vez como profanación. Sin entrar en los detalles de la obra, que cuenta la historia del partido, desde que era un simple fortín en la línea que dividía “la civilización de la barbarie (¿¡!?)”, conocida como zanja de Alsina –dicho sea de paso, una viejo mapa trazado en el territorio- hasta la actualidad, apelando a la fuerza de la dramaturgia teatral comunitaria, lo novedoso es que el pueblo entero se convirtió en escenario –literalmente- de la obra del Grupo de teatro comunitario de Rivadavia, transformándose e introduciéndonos, en un paréntesis del tiempo del capital, para devolvernos al tiempo humano.

Modernidad y capitalismo: nuevos ritos en una inversión de lo sagrado
El pensador Giorgio Agamben nos dice en su ensayo El país de los juguetes que el juego, aún sin que sepamos cómo ni porqué, altera y destruye el tiempo; y que el hombre, al jugar, desprende del tiempo sagrado y lo “olvida” en el tiempo humano.
            Siguiendo al autor, rito y juego tienen una relación de correspondencia y oposición, en el sentido en que ambos tienen una relación con el tiempo. Mientras que el rito lo fija, el juego lo destruye. Por otra parte, ambos tienen relación con lo sagrado. El juego tiene sus orígenes en antiguas ceremonias sagradas, prácticas adivinatorias, luchas rituales etc. Y, si bien el juego proviene de la esfera de lo sagrado, lo modifica al punto de que puede ser definido como lo sagrado invertido.[2]             En tanto que la potencia de lo sagrado reside en la conjunción de un mito que evoca y cuenta una historia y un rito que la reproduce, en el juego esta conjunción queda trunca, tomando éste sólo la dimensión ritual del acto sagrado.
            La entrada en la modernidad produjo en las sociedades cambios de los que no se volvería. La filosofía de la razón transformó el orden imperante y el dogma religioso, que hasta el momento regía el orden de lo público en el devenir de la historia de occidente, se recluyó al ámbito de lo privado. La filosofía iluminista dio con lo que Niezstche definió lúcidamente como la muerte de Dios, y otro discurso se impuso como régimen de verdad: la ciencia vino a ocupar el trono vacante. Pero lejos de realizar sus esperanzas, la filosofía de la razón se convirtió en el imperio de la racionalidad técnica, y más que provocar la liberación de los hombres y las mujeres del yugo del dogmatismo religioso, se produjo una inversión de lo sagrado. Como dice Agamben,”la secularización es una forma de remoción que deja intactas las fuerzas, limitándose a desplazarlas de un lugar a otro. Así, la secularización política de conceptos teológicos (la trascendencia de Dios como paradigma de poder soberano) no hace otra cosa que trasladar la monarquía celeste en monarquía terrenal, dejando intacto el poder”.[3]
            La racionalidad moderna y el capital, como última expresión totalizante y totalizadora  de aquélla, ha invertido el orden de lo sagrado, conjugando nuevos ritos junto a la historia que pone a rodar relato mítico de la publicidad, con la creación de los nuevos dioses (las mercancías) y templos en donde adorarlos.
            Como religión de la modernidad, el capitalismo puede ser definido por tres características, tal como nos dice Agamben retomando a Benjamín: Es un religión cultual, todo tiene significado en referencia a un culto[4], no a un dogma o a una idea; este culto es permanente, los días de fiesta y de vacaciones no interrumpen el culto, sino que lo integran; y, por último, el culto capitalita no está dirigido a la expiación de la culpa, sino a la culpa misma.

Teatro comunitario: juego y rito en la profanación de lo sagrado.
            Si la secularización implica la inversión de lo sagrado, hay otra operación posible que implica un cambio en un sentido transformador y que consiste en la profanación de lo sagrado. “La profanación implica una neutralización de aquello que profana. Una vez profanado, lo que era indispensable y separado, pierde su aura y es restituido al uso. Ambas (secularización y profanación) son operaciones políticas: pero la primera tiene que ver con el ejercicio del poder, garantizándolo mediante la referencia a un modelo sagrado; la segunda, desactiva los dispositivos del poder y restituye al uso común los espacios que el poder había confiscado”.[5]
            Si lo sagrado es eso inconmovible, que se reproduce con la fuerza que le imprime la conjunción del rito y el mito, en el juego aquello que pertenece a la esfera de lo sagrado es profanado y devuelto al hombre en tanto posibilidad de uso. Es en este orden, en el profano, en donde el teatro comunitario subvierte el orden establecido y devuelve a aquello que profana la posibilidad de uso, de un uso que no es el consumo utilitario, sino un consumo netamente improductivo, a partir del relato que construye y del gesto que lo pone en práctica, desde el lenguaje del arte.
Se ha dicho más arriba que en la religión capitalista, el relato mítico de la publicidad ha ido creando los nuevos dioses a ser adorados. Pues bien, así como en toda religión hay jerarquías que deben ser protegidas, las instituciones en las que se funda el orden capitalista son las que sostienen y cuidan de, precisamente, ese orden. Sí, como dice Agamben, los niños al jugar transforman en juguete aún aquello que pertenece a la esfera económica, del derecho o de otras esferas y, en esa profanación, desactivan la potencia del objeto, convirtiéndolo en “la puerta de una nueva felicidad”[6] (basta con ver a un niño o a una niña jugando con cualquier objeto, para dar cuenta de lo expresado), el teatro comunitario resignifica el sentido impuesto por el orden capitalista, lo profana y  “desactiva los dispositivos del poder y restituye al uso común los espacios que el poder había confiscado”. Así, en los relatos de los grupos, el abogado, el juez, el político, la maestra, el policía, el dictador, el periodista, en definitiva, los sacerdotes de los templos de culto del capitalismo (cárcel, fábrica, escuela, medios masivos de comunicación, entre otros) son profanados y restituidos, a través del gesto de la parodia que transforma lo serio en cómico, al uso común, de la misma manera en que el niño toma a los elementos de la esfera de la economía, el derecho o la política y los transforma en juguete, resignificando su sentido y produciendo, tanto el teatro con sus obras, como el niño en el juego, una pausa en el tiempo del capital, que no es otro que el de producción y su correlato en el trabajo humano.

Entre lo sagrado y lo profano. La culpa del limbo.
            En este juego de inversiones y profanaciones, se vuelve necesario retornar a una de las características que definen al capitalismo como religión moderna: la culpa. Retomando a Agamben, es precisamente porque el capitalismo no tiende a la redención, sino a la culpa, no a la esperanza, sino a la desesperación, es que no mira a la transformación del mundo sino a su destrucción.[7]
            En este sentido, una de las discusiones que atraviesa todo el movimiento teatral comunitario es el debate entre arte y economía. Y una pregunta posible es cómo hacer para sostener el proyecto artístico, sin caer en el pantanoso lugar que habilita el manejo del dinero, convertido en el fruto prohibido. Como tomarlo sin caer del paraíso.
            La primera jornada del IX Encuentro posibilitó el debate por el sostenimiento de los proyectos teatrales comunitarios, dando cuenta de una madurez en el intercambio de experiencias que pocas veces puede ser vivida en la escala en que se dio. Los grupos de todo el país pusieron en común diferentes estrategias de sostenimiento, desde las más artesanales, como ser la gorra de las funciones o lentejeadas organizadas para recaudar fondos, hasta las más institucionales, como es la solicitud, concurso y aplicación a diferentes tipos de subsidios que dan diferentes instituciones. El debate dio además, un panorama sobre el estado en el que se encuentran los diferentes grupos y las distintas situaciones, desde la conformación en cooperativa (Gonzalez Moreno del partido de Rivadavia), o asociación civil (Matemurga de Villa Crespo, CABA), hasta quienes están haciendo el camino de la independencia y autonomía de instituciones barriales (Bella Vista de Córdoba).
            Cada decisión vinculada a lo estrictamente económico, significa para los integrantes de los grupos de teatro comunitario, un sentimiento de culpa:
“…hubo mucha resistencia a pagar a los directores. Que es gente que está permanentemente trabajando en eso. Uno va y hace una cosa. Por ahí hay gente que se dedica a hacer escenografía, […] pero los coordinadores están permanentemente. Fue muy difícil entender eso.(Matemurga)
“…Nadie pone en duda que un contador tiene que cobrar. Ahora, si un coordinador de teatro tiene que cobrar…, es como que el arte es gratuito es una falacia….” (Gonzalez Moreno)
“…Entonces estás metido para conseguir y ver cómo podemos seguir haciendo estas cosas y nos metemos tan adentro de todo eso que no nos damos cuenta que el vecino de al lado no nos conoce…” (Desparramos)
            Es importante remarcar que, al contrario del objetivo del capital, que no es otro que el de producir para obtener ganancia, lo económico para el teatro comunitario no tiene un sentido sagrado, sino que también adquiere un valor de uso, el mínimo indispensable para poder llevar adelante el proyecto artístico. El movimiento entre lo sagrado y lo profano adquiere un valor táctico que permite y habilita la libertad que requiere el cualquier movimiento artístico para poder poner de manifiesto el potencial del ser humano y de una vez por todas, realizar sus esperanzas.

Cerrando paréntesis.
            Son muchas y muy variadas las cuestiones a analizar respecto del movimiento teatral comunitario y su potencia transformadora. El abanico es grande y variopinto, llevándonos desde el lugar que ocupa en el entramado social y la relación con el afuera, hasta los conflictos, preguntas y debates internos. En el presente escrito se anuncian principalmente estas dos cuestiones que sobrevolaron el IX Encuentro Nacional de teatro comunitario, un ejemplo y demostración, este último,  de lo que puede la potencia de lo colectivo cuando se propone un objetivo común, como fue la organización de tamaña gesta.
           
A los que estuvimos allí, teatristas, cronistas o simples espectadores, nos queda la sensación de que en ese paréntesis de carnaval, quizá…quizá, sucedió algo.


[1] Cabe aclarar que la zona sigue viviendo de la producción agraria mayormente, pero no dejan de ser sintomáticas ciertas marcas del cambio de época, para pensar nuestro presente en función, comediría Benjamín, de un pasado atrapado en el momento en que refulge. 
[2] Agamben El país de los juguetes en Infancia e historia, ed Adriana Hidalgo, Bs As, 2004,  p.99
[3] Agamben Giorgio, Elogio de la profanación, en Profanaciones, ed Adriana Hidalgo, Bs As, 2005, p102
[4] Se entiende culto como “Honor que se tributa religiosamente a lo que se considera divino o sagrado”, según la definición de la Real Academia Española. http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=herramental
[5] Agamben, ibid. p. 102
[6] Ibid
[7] Ibid. p. 106

http://es.scribd.com/redeinvestigadores_tc